15 septiembre 2009

Balance de 2 semanas en el Hogar (I)

Transcurridas dos semanas desde que escribiera, el 31 de agosto, el Post "Llegada al Hogar Tesape Porá", la primera estancia en el Hogar llegó anteayer a su fin. En aquel Post describía las primeras impresiones sentidas al llegar a Villarrica, al Hogar, el impacto primario de aquella recepción tan afectuosa -sigo sin hallar el adjetivo que pueda definir con precisión esa bienvenida-. Entonces concluí el Post con un párrafo en el que reflexionaba en estos términos: "El reto en el Hogar es ser capaz de tener siempre muy presente que son las niñas quienes necesitan ser ayudadas y que somos los adultos quienes debemos ser capaces de tomar las decisiones adecuadas para ayudarlas, sin caer en el error de actuar en realidad en nuestra ayuda, porque es fácil caer en la autocomplacencia paternal de quien se siente ''bien'' por estar ayudando a los demás y recibe el afecto de las niñas.".

Tras 14 días, retomo esa reflexión y la ampliaré con un primer balance de esta experiencia tan conmovedora y por momentos realmente (insólitamente) pura. Antes, una apreciación que particularmente me parece esencial: el Hogar pretende ser una familia y a menudo lo consigue. Esta frase, así expuesta, dice más de lo que quizá parezca. Algunas palabras de tan usadas han perdido la potencia de su significado, erosionado por tópicos y lugares comunes. Pero no, aquí elijo las palabras con cautela y precisión, y repito que el Hogar pretende ser una familia y que a menudo lo consigue. Y todos (todos) sabemos lo difícil que resulta edificar un entorno familiar, con sus rutinas y sus jerarquías, sus relaciones, sus roces, sus apegos, sus complicidades, empatías y su contexto común que, como un enorme barco, bascula suave o bruscamente. La familia crece y se desarrolla, siempre es dinámica, y aquí radica su complejidad: no hay photo finish, no hay un método infalible, lo que hoy funciona quizás a medio plazo no sirva, no puede detenerse y decir: "ya está, ya todo funciona, y a partir de ahora todo funcionará".

El Hogar consigue a menudo ser una familia. Estos días, una familia de 35 niñas, más las Tías, las Sores, los voluntarios y las maestras. La complejidad es enorme. Pero en el Hogar habita todavía, y confiemos que por mucho tiempo, un sentimiento de complicidad común por el que las jerarquías existen pero no se imponen inflexiblemente, porque abunda la capacidad de tratar a cada una de las niñas por su nombre, mirándola a los ojos, ejerciendo de adulto cuando es imprescindible hacerlo, pero ejerciendo de amigo cuando es posible serlo.

Hablo desde el punto de vista de un voluntario. Habrá otros puntos de vista, otras miradas y enfoques, otras experiencias y vivencias. Pero expongo la mía con la máxima transparencia para constatar cómo el Hogar consigue uno de sus objetivos esenciales, el que le da nombre. Y créanme quienes lean estas líneas desde la distancia que no me motiva la complacencia y que aborrezco el maquillaje emocional, que no relato lo que querría que fuese el Hogar ni paso de largo por aquello que puede mejorar y debemos contribuir para que mejore. Que lo hay.

Pero en el Hogar he convivido con niñas felices, educadas, atrevidas (sí), peculiares (sí), cariñosas (¡qué lección!), amables cuando se sienten respetadas, confiadas cuando se gana su confianza (no siempre resulta tarea fácil, pero emprenerla es lo más agradecido que me ha ocurrido en... 20 años?), dolidas (sí), pero casi siempre con la vitalidad desbordante, la mirada vivísima, el empeño por sentir, hacer y ser, aún cuando, como toda niña y adolescente, padezcan temores, miedos, inseguridades, desconfianzas, o ecos de sufrimientos padecidos seguramente inimaginables para muchos de nosotros.

Sin embargo, la preocupación por las niñas no es tanto por su pasado como por su futuro. El origen conflictivo que las trajo al Hogar merece, seguro, una atención especial para detectar aquellos lugares que todavía duelen e intentar reforzarlos, paliarlos, mimarlos, para dotar a las niñas de los instrumentos personales esenciales para crecer con integridad, dignidad y amor propio. Pero en el horizonte está el momento en el que las niñas asuman su madurez, fuera del Hogar, y tomen sus decisiones como mayores de edad. Cuando ello ocurra, todo cuanto hayamos podido ofrecerles para equiparlas con el máximo de fortaleza interior, formación, autoestima, conocimiento real de su contexto e ilusión por luchar por una vida digna, será de gran valor para ellas. Y todos los que deseamos contribuir a este objetivo disponemos del presente para hacerlo, des de donde nos sea posible, como nos sea posible, en la medida en que nos sea posible.

Y no todas las ayudas son la misma ni deben serlo. Pero todas las ayudas deben confluir en el bien de las niñas. Sin excedernos, sin obviar el contexto socioeconómico del Paraguay, sin jugar al Pigmalión, sin querer molderlas como estatuas. Y trabajar por el bien de las niñas es actuar en favor de sus aptitudes (y conviene escucharlas y obtener su confianza para saber y detectar cuáles son esas aptitudes, quizá incipientes, quizá ya consolidadas, quizá todavía confusas), de quienes son y quienes pueden llegar a ser (no quienes querríamos que llegaran a ser), sin desprenderse de su amor propio y su dignidad. Éste, el de la dignidad básica, es el límite que con nuestro trabajo y colaboración debemos tratar de evitar que pierdan de nuevo.

Los niveles de ayuda varían des de los asistenciales hasta los más sutiles e invisibles. Todo aquel que desee noblemente contribuir puede aportar su colaboración, sea presencial, sea material, sea logística, sea a nivel de conocimientos. En el Hogar Tesape Porá hemos convivido estas dos semanas con distintos perfiles de voluntarios, y todos hemos tratado de aportar a nuestra manera lo mejor de nuestras aptitudes para beneficiar a las niñas. Des de la optimización de aspectos estructurales y de organización del Hogar hasta el trato capilar con las niñas, el trato de tu a tu, el decir "Hola Sole, ¿cómo andas?" y recibir por respuesta una conversación, no un monosílabo evasivo o una sonrisa pavloviana.

Éste, en mi caso, es el mayor regalo recibido estos días en el Hogar: el abrir algunas compuertas que tienden a estar cerradas, el poder confiar y ser confiado, el conocer por voz propia los anhelos, algunos temores, los gustos, las sonrisas, las bromas, los tics, los dejes, las maneras de expresarse, los recelos y la generosidad y la asombrosa afectuosidad de las niñas del Hogar. Conocerlas es amarlas, créanme. Y requiere paciencia, y tesón, y escuchar, y atender a detalles (gestos, miradas), y saber decir que sí y saber decir que no, y actuar como adulto cuando procede, pero saber bajar a su nivel cuando conviene, para jugar, para sonreír, para rebajar tensión, para compartir y para que, en aquellos casos en los que procede, puedan acercarse a los adultos, más allá de jararquías biológicas o docentes, con confianza y así disponer de referentes mayores en los que confiar.

En un próximo "Post" proseguiré con mi personal balance de esta muy enriquecedora e, insisto, conmovedora (primera) experiencia en el Hogar Tesape Porá.

Saludos afectuosos para todos,

Santi

2 comentarios:

  1. Elena Sarasa15.9.09

    Santi, eres único, como tus palabras. Gracias, amigo, por unirte a esta aventura solidaria que, como bien dices, "ha abierto algunas compuertas que tienden a estar cerradas", pero no sólo en las niñas sino también en los corazones de los voluntarios que hemos tenido la suerte de su maravillosa convivencia.
    Un fuerte abrazo
    Elena

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  2. Anónimo15.9.09

    He leído con antención ese balance de vuestra estancia en Villarrica, en el Hogar y realmente transmite la ilusión y las ganas de colaboración y ayuda a la formación y a la construcción de las vidas de esas niñas del Hogar Tesapé Porá.
    Felicidades por vuestra decisión y entrega.

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